Observando la naturaleza y los animales, las dos protagonistas encuentran inspiración
para su proyecto: una casa para construir, habitar, un lugar donde esconderse o
simplemente jugar.
La oruga, el oso, el caracol se convierten así en modelos a imitar.
Con el lenguaje de la danza y el apoyo de esculturas de tela, dos personajes en
escena buscan su posible "madriguera" para resguardarse de la oscuridad de la
noche, del frío, de la lluvia, del sol.
Al final, el espacio escénico se abre a la interacción del público, convirtiéndose en el
lugar donde los niños y niñas pueden experimentar, explorar formas y sonidos creados
por ellos.
En este espacio de descubrimiento, también se invita al espectador adulto a participar
en el juego.